El bastón y la esperanza
El bastón. Algo sin importancia.
Los hay de muchos estilos, tamaños y también precios.
Sin embargo, para bastón basta un simple palo.
Y ¡qué humano resulta el bastón!
Cuando no tengo una mano con que agarrarme, siempre lo tengo disponible a mi bastón.
Cuando no tengo una mano en la que apoyarme, ahí está mi bastón diciendo siempre sí.
Cuando no tengo ya fuerzas para levantarme, ¡qué buen servicio hace mi bastón!
Cuando ya no tengo fuerzas para seguir caminando, siempre podré contar con él, para apoyarme y regalarme un descanso.
Mi bastón es como un amigo:
No se queja si lo dejo tirado en cualquier rincón.
No se queja si lo utilizo todo el día.
No se queja si se queda solo.
No se queja si mis manos lo aprietan demasiado.
No se queja si me apoyo demasiado fuerte sobre él.
Es un amigo que:
Siempre está disponible.
No me cobra sus servicios.
Y hasta me agradece que lo utilice.
Mi bastón, me lo hicieron cuando era joven. Entonces no le necesitaba.
El podrá decir muy poco de mis años jóvenes.
Pero es el mejor testigo de mis años maduros.
No me reprocha por lo que antes hice.
No se enfada por lo que ahora hago.
Mi bastón, me lo regaló un amigo.
Cuando lo llevo en mis manos, me recuerda la amistad del amigo.
Mi bastón, me lo regalaron mis hijos.
Cuando está conmigo, los siento a todos ellos cerca, a mi lado.
A veces suple sus ausencias. Ellos necesitan trabajar.
Mi bastón no lleva nombre.
Se llama bastón. Igual que todos los bastones.
Es como un servicio anónimo.
La esperanza es como un bastón. Está callada mientras no la necesitamos.
Cuando nos doblamos, ella nos endereza.
Cuando se nos apaga la vida, ella la enciende.
Cuando todo se ve oscuro, ella me enciende una luz.
Cuando todo parece imposible, ella me sigue dando ánimos.
Cuando todos me cierran las puertas, ella me las abre.
La esperanza no saca ruido, pero se hace sentir dentro.
La esperanza está en silencio, pero me habla por dentro.
La esperanza no es exhibicionista, pero nos cambia la sonrisa.
La esperanza es el bastón en el que poder apoyarnos sin quejarse.
La esperanza está ahí cuando todos me dejan solo.
La esperanza es la única fuerza que nos queda, cuando todas las fuerzas se nos van.
La esperanza es el único futuro cuando el futuro se nos borra por delante.
Cuando me muera, no destruyan mi bastón:
Guárdenlo, para que recuerden al abuelo.
Regálenlo, para que yo siga siendo útil todavía a los demás.
Y si alguno lo hereda, sólo le pido una cosa: Que no se olvide de mí, y le “eche a Dios” un Padre nuestro, por este viejo que ya se ha ido, pero que os sigue recordando a todos.
Cuando me muera, no entierren conmigo mi esperanza.
Déjenla que siga habitando en algún otro que la necesite.
Recuérdenla con cariño.
Que si van a escribir algo sobre mi losa, digan solo una cosa:
“Aquí yace un hombre que vivió de la esperanza”.
“Un hombre que vivió, porque esperó”.
“Un hombre que triunfó, porque siempre supo esperar”.
Clemente Sobrado C. P.
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