La fuerza de la semilla


   Tenía unas semillas de mostaza. Pero, yo que entiendo poco de semillas, pensé que ya no servirían porque hacía muchos años que las había traído de Tierra Santa. Haciendo limpieza de las cosas inútiles, arrojé también las semillas de la mostaza. Pasó algún tiempo y observaba unas plantas extrañas en el jardín. Según iban creciendo descubrí que eran mis semillas de mostaza que habían brotado. Yo pienso que brotaron todas, porque el problema estuvo luego como eliminar el jardín de tanta planta de mostaza. A veces tenía la impresión de arrancar una y que nacían tres. Confieso que nunca más quise saber nada de las semillas de mostaza. Pequeñas, y viejas, pero ¡no se le ocurra sembrarlas en su jardín!

  Es la fuerza de las semillas. Aparentemente son insignificantes.
Pero el dinamismo interior es enorme.
Muchas pueden dar la impresión de envejecimiento.
Pero cuando encuentran un ambiente y lugar adecuado, vuelven a rejuvenecer.

  Esto me hace pensar en ciertas frustraciones de la vida.
  Pensamos que no hacemos nada. No vemos los frutos de nuestra actividad.
  Los padres se sienten derrotados cuando observan ciertas actitudes de los hijos.
  Los profesores sienten el vacío de creer que no han hecho nada por formarlos.
  El sacerdote siente la tentación de perder la esperanza en sus fieles.
  Predica, organiza y hace infinidad de cosas.
  Pero no nota los cambios que él quisiera en su comunidad.

  Es posible que todos estemos pensando más en la siega del trigo que en la sementera.
  Y me he convencido de que lo importante en la vida no es la siega, sino la siembra.
  Lo que vale en la vida es sembrar semillas.
  Dejémoslas luego.
  Tal vez no fructifiquen en el tiempo que nosotros quisiéramos.
  Pero florecerán.
  Las semillas no se pierden tan fácilmente.

Lo que sembremos en los hijos, tardará, pero algún día florecerá.
Lo que sembremos en la juventud, tardará, pero algún día echará el tímido brote.
Lo que sembremos en nuestras comunidades, tardará, pero con frecuencia, hasta los frutos son invisibles.
Las semillas no mueren. Mueren renaciendo.
Las semillas no son fáciles de matar.
Nadie se dedica a matar semillas.
Su dinamismo tarde o temprano brota.

   Pienso que la pedagogía de Dios es la pedagogía de las semillas.
   Dios siembra semillas en nuestros corazones.
   Algún día brotarán.
   Dios siembra semillas de verdad en nuestras mentes.
   Algún día brotarán.
   Dios siembra semillas de gracia en nuestras almas.
   Algún día brotarán.
   Dios siembra semillas de santidad en nuestras vidas.
   Algún día brotarán.

No nos lamentemos de la siega.
Preguntémonos cuánto hemos sembrado.
No nos lamentemos de nuestros aparentes fracasos.
Preguntémonos si hemos sembrado buena semilla.
No perdamos la esperanza.
Preguntémonos cuántas semillas han salido de nuestras manos.

Clemente Sobrado C. P.

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