No apaguéis las estrellas


La vida es toda ella una esperanza. Todos de pequeñas esperanzas.
La vida se parece mucho a esos árboles de Navidad, de los que colgamos infinidad de bombillos. Se van encendiendo en serie. Se encienden unos y se apagan otros. A veces todos están encendidos. Y así entre todos van creando una armonía de luces. La vida es también así: infinidad de lucecitas que son otras tan ilusiones y esperanzas.
Todas son muy pequeñas. Pero todas son igualmente importantes.
Cuentan que unos niños contemplaban el cielo durante una noche estrellada.
Y se decían y comentaban lo chiquitas que eran las estrellas.
Y se imaginaron que apagando muchas de ellas, el cielo seguiría igual.
Ni se notaría.
Y comenzaron a apagar una a una.
Después de mucho tiempo, notaron que el cielo ya había muchos espacios oscuros. Muchos vacíos. Y no sabían cómo volver a encenderlas.
Es que cuando apagamos las estrellas, no tenemos cómo encenderlas de nuevo.
Y cuando apagamos las ilusiones y las esperanzas, tampoco sabemos luego cómo volverlas a llenar de luz.

Uno de los oficios, aparentemente insignificantes, es el de los llamados “Serenos”. Aquellos hombres con su gabardina negra que cada noche recorrían las calles encendiendo los faroles. Una misión no debidamente reconocida. Mientras otros se dedicaban a apagarlos, el Sereno se dedicaba a encenderlos.
El mejor oficio en la vida, debiera ser el de “Serenos”.
El oficio de encender faroles.
El oficio de encender ilusiones en la mente de la gente.
El oficio de encender esperanzas en el corazón de los demás.

¿Que la vida se encarga de marchitar muchas ilusiones?
Lo que importa es que haya tantas en el alma que siempre tengamos el cielo estrellado.
¿Qué la realidad es amarga y mata muchas esperanzas?
Lo importante es tener suficientemente florida el alma, el corazón y la mente.  Que siempre sea más la luz que ilumina que las tinieblas que oscurecen.
¿Qué la vida es sueño?
Pero los sueños son capaces de despertar cada día más vida y más ganas de vivir.
¿Qué muchos viven soñando?
Pero mientras sueñan viven.
Dejémoslos soñar y los dejaremos vivir.

Cada vez que, por algún accidente, se nos va la luz en casa, inmediatamente buscamos alguna linterna o simplemente encendemos unas velas.
No alumbran tanto como la corriente eléctrica.
Pero al menos nos permiten caminar sin tropezarnos.

No apaguemos. Encendamos.
No marchitemos las esperanzas de los demás.
Reguémoslas con nuestras palabras de aliento.
No apaguemos las estrellas, aunque parezcan insignificantes.

Donde se muere una estrella, el cielo se pinta de negro.
Donde apagamos una ilusión, el alma se tiñe de pena.
Donde apagamos una esperanza, le robamos un pedazo de horizonte.
Donde matamos una esperanza, matamos un poco de vida.

Pero donde encendemos una esperanza, iluminamos una vida.
Donde encendemos una esperanza, encendemos una vida.
Donde encendemos una esperanza, aunque sea pequeña ya estamos haciendo sentir el gusto por la vida.
Donde encendemos una esperanza, es posible que estemos salvando una vida.

Clemente Sobrado C. P.

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